La perla ocupa una posición única y destacada por su dureza. Es considerada una de las gemas
más importantes aunque se diferencia de las demás a causa de su origen: se forma en un ser vivo.
Fue en 1930 cuando las perlas de agua dulce procedentes del lago Biwa en Japón, se introdujeron
en el mercado de la perla, aportando una gama de colores y tonos hasta entonces desconocidos.
Hoy en día son muchas las regiones de Asía que cultivan las perlas de agua dulce, alcanzando
niveles de calidad y colorido sobresalientes.
El color natural de las perlas de agua dulce es resultado de una combinación de varios factores,
que enumeramos por orden de influencia.
Las perlas de agua dulce son gemas orgánicas, formadas por una criatura viviente, el color base
de la perla, el principal, depende de la especie de Ostra perlera.
El nácar, que genera la perla como analgésico para reducir el dolor que le provoca la deposición
de un cuerpo extraño en su interior, puede tener diferentes colores según la Ostra madre que
segrega y deposita el nácar. El color del nácar puede variar a lo largo del cultivo de la perla,
y el color base resultante puede ser muy diverso, siendo los más habituales el blanco, rosa,
melocotón, malva, crema, grises y extraordinariamente violetas.
Las diferentes capas de nácar que se van depositando tienen una textura rugosa que favorece
la deposición de sales en las cavidades, este factor tiene influencia en el color final de la
perla. La concentración y el tipo de sales que se encuentran disueltas en el agua influyen en
que el tono resulte más o menos intenso. A menor presencia de sales más intenso es el tono.
La cantidad de capas de nácar con las que ha sido formada la perla influye en la forma del
reflejo de la luz sobre la superficie, generando un oriente y lustre más intenso cuantas
más capas existan.
El núcleo insertado en la Ostra para iniciar el cultivo no debería de tener influencia sobre
el color final, para ello es preciso que se generen las suficientes capas como para evitar
su visión.